Esta vez os traigo un relato muy personal que nada tiene que ver con el mundo mtb:
Cuando uno tiene 10 años
algunas imágenes de su vida quedan grabadas para siempre. Si tuviera que elegir
una de ellas, en los días que corren, sin duda me quedaría con mi padre llorando
a sus 44 años, esgrimiendo entre quejido y quejido “que mala suerte tengo” ante
un niño que no comprendía nada de lo que ocurría y que, pasado el disgusto, se
le acarició, se le besó y se le tranquilizó con un simple “no pasa nada” pero
teniendo que cargar con la promesa de no contar nada de lo visto a su madre y
hermanas (años después entendí lo vivido). Era el invierno del año 1981 y una
huelga de transportistas asolaba nuestro país, entre sus reivindicaciones,
precio regulado del gasoil para los transportistas y la desaparición de las
agencias de transportes, que eran una auténtica mafia. En definitiva la lucha
obrera para la mejora de sus condiciones laborales.
Mis padres se habían
aventurado a eso que hoy se ha dado en llamar “nuevos emprendedores”, pero para
la realidad del momento, era un simple trabajador autónomo hipotecado en un
camión de segunda mano, y con problemas mecánicos incipientes causas de los
disgustos, entre otros, de mi padre. Pero eran otras épocas, y la dureza de los
trabajadores y las ganas de libertad eran infinitas.
Recuerdo verme junto a un
inmenso cubo de metal lleno de maderas ardiendo, que servían para calentar a
los trabajadores huelguistas entre los que se encontraba mi padre, aquellos que
luchaban, en definitiva, para que sus hijos pudieran tener eso que a ellos
nunca les dejaron, una buena educación, una buena seguridad social y, sobre
todo una sociedad justa e igualitaria. Y allí estaban, con sus hijos en sus
camiones parados y siendo conscientes de que ese largo mes no ganarían dinero,
pero que era mejor un mes, dos o tres que una vida sin luchar por lo que uno
quería. Finalmente, mi padre tuvo que recurrir al comodín de la ayuda económica
familiar para poder seguir con su proyecto “emprendedor”, pero la huelga, no
siempre pacífica, terminó con parte de las reivindicaciones conseguidas y, el
paso de los años dulcificó parte de la vida.
Siempre tuvimos coches de
tercera y cuarta mano, sin lujos, sin pretensiones, no se hacían viajes al
extranjero, aunque se soñaba con ellos. Por fin llegó el día, en el que mis
progenitores tuvieron vacaciones de verano ya tenían más de 55 años y llegó el
momento en el que viendo el cansancio acumulado por los años se animó al retiro
anticipado por dos años en la jubilación. Fue entonces, cuando de nuevo
volvieron los fantasmas, no podía jubilarse porque en el tiempo de trabajo por
cuenta ajena (hasta los 44 años) los buenos empresarios de este país no habían
hecho contrato laboral a sus trabajadores y en otros casos porque no habían
pagado las cotizaciones a la seguridad social en una clara negligencia
permitida. Sin embargo, el gobierno existente no era ajeno a lo pasado en
épocas anteriores y gracias al llamado Pacto de Toledo pudo prejubilarse por
llevar los años pertinentes de trabajo. Desgraciadamente pocos años después
falleció.
Y hoy me informan del
nuevo modelo de FP que tenemos que implantar este año, a estas alturas de curso,
un modelo en el que los alumnos sólo estudiarán un año en el centro educativo
con una reducción de 800 horas lectivas con respecto a lo establecido hasta
ahora, y con un segundo año de 1010 horas de obligada permanencia en la empresa
para poder titular. Un modelo que garantiza mano de obra gratis para el
empresario, ese mismo empresario “emprendedor” que no hace las huelgas porque
cerrar su empresa es ir contra sus propios intereses, ese empresario que
empieza a no pagar las cotizaciones de sus empleados, a no realizar contratos
laborales, a propagar que la vida le va muy mal mientras garantiza los estudios
en el extranjero de sus hijos y viaja con coches de alta gama, ese empresario
que tiene vacaciones de verano en lujosos hoteles del extranjero. Si mi padre
viviera sin duda sería un yayo-flauta, y sin duda más de uno se llevaba un
bofetón.
La educación para los
pobres, para la clase media empobrecida está sitiada, herida de muerte, pero no
la matan aquellos que inducen la enfermedad si no aquellos que no la cuidan y
la miman. Es inaudito que tengamos que asistir a capítulos tan bochornosos como
la retirada de las ayudas a comedor mientras se subvencionan las copas de los
diputados. Es insensato reducir las aulas de compensatoria, ya que traerá
consigo más desigualdad, menos oportunidades para aquellos que las necesitan y
una sociedad más injusta. Se merman las plantillas de profesores cualificados,
desaparecen las escuelas públicas (en breve asistiremos al cierre de varias
escuelas de formación profesional), la educación preescolar fue un sueño que ya
ha finalizado con el cierre de gran parte de las escuelas infantiles, con la
retirada de los fondos de ayuda para las personas que lo necesitan, y así
podría seguir enumerando tropelías, pero lo verdaderamente lamentable es que
nuestro presidente tenga que agradecer a 47 millones de personas que se queden
en sus casas sin hacer nada, sin salir a la calle a decir “esto no me gusta”,
un simple gesto de humanidad, un gesto para mejorar la situación, para dejar de
pensar que aquí “todo vale”, que es el país de “nunca pasa nada”. Menos mal que
aún nos quedan los yayo-flautas para recordarnos que aún nos queda la dignidad
para poder indignarnos, aunque algunos también lo hayan perdido por su camino.
Podría terminar este
pasaje por mi memoria con una cita de algún super-filósofo, o mejor aún de un
gran político, pero sinceramente prefiero terminar con una cita de mi padre,
que no fue ni político ni filósofo, pero que supo estar a la altura de las
circunstancias cuando las circunstancias le requerían: “al obrero: pan y palos”
Antonio, este escrito me vale más que cien documentos de análisis sobre la reforma Wert, por muy críticos que sean. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias
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